"Seamos realistas; pidamos lo imposible"
Che Guevara

jueves, 28 de enero de 2010

FLORES DE OTOÑO

Shinia picó espuelas. La noche caería a no mucho tardar sobre el valle, y no podía permitirse llegar tarde otra vez. Galir, su pony, estaba agotado. Habían estado toda la tarde en el bosque de Tredhan, al otro lado del río, y aún quedaba un buen trecho hasta el castillo .La muchacha susurró unas palabras junto a la oreja del animal, y Galir trotó veloz por la falda de la colina. Los árboles, vestidos con sus mantos dorados, formaban espesas barreras a uno y otro lado del camino. A Shinia siempre le habían gustado los colores del otoño, pero ahora no tenía tiempo para detenerse a admirarlos. Las sombras se extendían ya cubriendo la orilla oeste del Hediar, y aún no se divisaban las torres del castillo.
De súbito, al llegar al pie de la colina, Galir se puso nervioso y se encabritó. Shinia cayó al suelo y el pony se alejó, asustado. Cuando la niña se levantó sintió miedo. Nunca antes había actuado así Galir. El viento gemía al pasar entre los robles, y poco a poco todo fue volviéndose más y más oscuro. El camino se difuminó, perdiéndose en las tinieblas que invadían cada rincón del bosque, y al poco Shinia ya no era capaz de orientarse. En el monte, un lobo aulló, y otros le respondieron instantes después, como un coro de lamentos angustiados. La luna acababa de salir tras los picos.
Shinia gritó y pidió socorro, mas nadie respondió. No mucho después, cansada y aterida, echó a andar por el bosque en la dirección en la que suponía que se encontraba la senda. Caminó así durante un tiempo, sin saber muy bien si eran horas o sólo minutos.
La luna pronto quedó cubierta por las nubes, y nada había ya que iluminara el cielo.
Shinia sentía como cientos de ojos la observaban desde la oscuridad, y corrió temerosa de seres fantasmales.
Unas tenues luces se encendían en la lejanía y parpadeaban en la negrura. Allí, en un claro donde bailaban hermosas figuras junto a las hogueras y sonaban melodías y música de flautas y arpas de cuerdas de plata. La niña caminó presurosa hacia ellos, buscando cobijo y protección, o tal vez sólo el candor de las llamas.
Muchos hombres de cabellos de oro y plata y muchas doncellas vestidas con ropajes de hojas y flores danzaban al son de alegres canciones, y ninguno pareció reparar en la presencia de la niña. En el centro del claro, por encima de todos los demás, una hermosa dama vestida con sedas blancas estaba sentada en un trono de piedra tallada. Su piel era del color de la nieve, sus ojos centelleaban como las aguas del mar en la tarde, y muchos animales del bosque y grandes lobos yacían dormidos a sus pies.
Apenas hubo dirigido a Shinia su mirada, y la niña olvidó la oscuridad y se vio despojada de todos sus miedos.
- ¿Quién sois, bella señora?- preguntó Shinia-. ¿Y por qué bailan estas nobles gentes en la noche?
- Soy el bosque, pequeña niña, y aquellos que ves danzar junto a las hogueras son mis hijos- respondió la dama. Su voz era cálida y suave-. Festejamos el final del verano, pues el otoño cae ya sobre mí, y ahora espera sólo el sueño. Pero tú te has extraviado en mis sendas y has sido testigo de nuestros bailes, y eso es algo que nunca le fue permitido a ningún hijo de los Hombres.
- No quisiera yo enojaros, señora, mas mi error no fue otro que el descuido, y no pretendí irrumpir en vuestros festejos- se disculpó la niña.
- Lo sé, y no te culparé por ello.
Sin decir una palabra más, la doncella de blanca piel se levantó, y un sol pareció rutilar en sus pupilas. Bajó del trono apenas tocando el suelo, y tomando a Shinia de la mano la llevó junto a las hogueras. Su tacto era cálido, y más aún lo era el fuego que se elevaba chisporroteando del suelo otoñal.
La niña bailó con los señores y las damas de mantos floridos, y bebió dulces vinos de miel y probó bocados de extraños manjares, a cada cual más exquisito, y las horas corrían con premura sobre la encantada floresta, y todo quedó sumido en un inacabable compás de flauta, y decenas de pies descalzos danzaron en el aire gélido y gris de la aurora. La noche llegaba a su fin, y el verano moría entre los adustos pinos de verdes atavíos, impasibles guardianes de una melodía aletargada.
Shinia tenía tanto, tanto sueño….
- Acompáñanos- le ofreció la señora del bosque, con el cabello trenzado súbitamente iluminado. Los pájaros cantaban en derredor la más dulce de las canciones-. Ven conmigo, y el verano nunca perecerá en ti.
Los primeros rayos del Sol acariciaron las níveas cumbres de las montañas lejanas, y el fuego del cielo prendió el paisaje con un centelleo dorado y rojo.
Cuando los jinetes, con lanzas en las manos frías y mallas de hierro sobre sus cuerpos cansados, alcanzaron en su búsqueda las estribaciones del claro, sólo hallaron un cuerpo menudo y encogido, acurrucado entre las raíces nudosas de un roble. “
Parece una niña”-apuntó uno. “Los dioses no quieran que así sea”-murmuró otro.
Allí, con una sonrisa trazada en la cara, yacía el cuerpo sin vida de Shinia, hija de su señor.
- “Habrá muerto durante la noche- supuso un tercero, al tiempo que se llevaba la mano al pecho-. Pobre cría.”
Los hombres la cargaron con cuidado a la grupa de un caballo y abandonaron el lugar, maldiciendo y con las cabezas sobre el pecho, y ninguno entre ellos reparó en la brillante flor azul que crecía junto al árbol en que habían encontrado a la muchacha.
La última flor del verano.

3 comentarios:

  1. jo tio...en serio tolkien va a empezar a pedirte derechos de autor xdxd o algo xdxd

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  2. Jjajajaja... de acuerdo:) Pero es inevitable cuando se tienen las mismas fuentes. En concreto, la de este relato son los cuentos populares del norte de Europa del siglo XIX que trataban sobre elfos que se llevaban a los niños por la noche.
    ^^

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  3. ya ya lo que tu digas¬¬

    de todas formas buen trabajo:p

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