"Seamos realistas; pidamos lo imposible"
Che Guevara

viernes, 27 de marzo de 2009

Tú...
La brisa y las olas combatiendo incansables...
Tú...
La canción perdida y el clamor del despertar en la montaña...
Tú...
El sueño y la caída en la irremediable pasividad...
Tú...
Las nubes sobre el pasto verde que resplandece...
Tú...

Soles

La lluvia golpea cristales oscuros, sin pausa, y el viento ciego y violento sigue batiendo los campos, fuera, en el mundo que nunca calla, nunca. Y no queda apenas un murmullo que escuchar, o una risa, y sólo se oye el llanto de los días claros que nunca aparecen por temor a ser asesinados por la máquina y el fuego y el humo negro de la cansada deseperanza. Y yo, contra todo pronóstico o posible predicción de tipo alguno, estoy aquí de pie, esperando. No me preguntes qué espero; no lo sé. Pero espero, y espero porque en mí la agonía es si cabe más débil; espero porque creo en los sueños que murieron antes de nacer; espero por amor, y por terquedad. Porque en lo más hondo de mi ser existe algo, una semilla de irracionalidad - de locura, es posible-, pero esa semilla es hermosa por el simple hecho de que está ahí, y a mí me gusta.
Alrededor todo es muerte, o intento vano de luz vacía y gris. Y yo espero. Sigo esperando. No sé cuánto tiempo más seguiré aquí, en la tempestad de esta tierra sorda, muda y tonta; no sé cuánto tiempo más permaneceré intentando un cambio, y no sé si valdrá para algo. Pero merece la pena.

miércoles, 25 de marzo de 2009

NADA... DE NADA

No hay nada. Ya no. Antes, igual; es posible. Pero ahora ya no. No quisiera permitirme dejar todo a un lado, o abandonar. Nunca me gustó esa palabra. ¡Pero qué más da ahora! Ahora... hace unos segundos, hace unas semanas, no sé qué es ahora, pero sí que sé lo que es para mí, aunqe de nada serviría decirlo en alto, gritarlo al viento. Da igual. A fin de cuentas, es sólo pereza. Bueno, igual no. O igual sí. Pereza de intentar mirar al mundo sin sentir asco, pereza de vivir viviendo en esta vida. No lo sé. Ya no sé lo que está bien y lo que está mal. Es posible que nunca haya querido saberlo, aunque es posible también que lo haya querido siempre y nunca lo haya conseguido. No sé... No sé lo que quieo saber, y sin embargo está todo tan claro... Ya no hay nada. Nada de nada. Menos que nada. No sé... Igual la nada es algo, o igual no. Igual debería luchar por ella, luchar por nada... ¡Quién sabe!
Hay veces en que me pregunto por qué me pregunto cosas, y nunca logro que la nada me responda, si bien es cierto que nunca se lo he pedido. Igual mañana...

lunes, 2 de marzo de 2009

!?

Sucedió una mañana cualquiera de 1943 en que el señor Spitch había salido a pasear, como siempre. Se colocó el sombrero ligeramente ladeado sobre la cabeza, tal como gustaba, y cogiendo el bastón por un punto cercano al engaste, se puso a caminar con brío. Realmente no necesitaba el apoyo, pero le gustaba el aspecto que con él adquiría. Como cada mañana, tardó exactamente once minutos y unos veinte segundos en llegar a la terraza del café. Se sentó en la mesa de costumbre, junto a la calzada, y el camarero acudió con el té con leche habitual. Un "buenos días" y una cordial sonrisa sin mayor signiFicado, y luego la agradable sensación del humeante líquido descendiendo por la garganta y acomodándose en el fondo del estómago. Nueve minutos más y una fugaz ojeada al periódico matutino, y tras esto una tonificante caminata avenida abajo, entre la luz creciente que se filtraba desde más allá de los árboles y la humedad de la lluvia de la noche pasada en la acera. El señor Spitch se sentía realmente bien, satisfecho y relajado. Londres se veía hermosa, y los rumores de guerra quedaban lejos. Acaso alguna ausencia,algún retraso en las tiendas, en las tiendas. Nada grave. Nada grave, no. Las bocinas sonaron, y la gente corrió presurosa, pero el señor Spitch no se inmutó. Seguramente no ocurriría nada, como siempre. El motor de los Panzers rugió en lo alto, pero el señor Spitch tarareaba una canción, y no quiso escuchar. Apenás sintió nada cuando una bomba estalló junto a él, y luego su cuerpo carbonizado cayó al suelo a tres metros de distancia, inerte, como un juguete roto. Apenas nada.