"Seamos realistas; pidamos lo imposible"
Che Guevara

domingo, 11 de enero de 2015

Padre

Cojo el barrote de hierro en mi mano y abro la verja; un escalofrío me recorre la espalda. Sólo la Luna me ve subir los desgastados peldaños de piedra y penetrar en la penumbra del pórtico. Contengo el aliento: sé lo que me espera al otro lado, y mi corazón late desbocado. Cuento hasta diez, respiro profundamente y abro la puerta ante mí. Un hálito helado me envuelve. Huele a humedad, huele a antigüedad, huele a secreto. En la oscuridad, la luz tenue de un cirio proyecta su sombra contra el altar. Allí está, esperando. Esperándome. - Es la hora- le oigo decir. Su voz es firme pero dulce. No respondo; sé que me habla a mí. Camino entre las columnas, ya más tranquilo, consciente de mi papel. Al llegar a su lado, me arrodillo e inclino la cabeza. Él pone su mano en mi hombro. Susurra mi nombre: “Hijo”.

Carmen

Uno de aquellos días en que el viento soplaba del Este y las gaviotas chillaban demasiado, cogimos la barca y remamos hasta la roca esa que se ve allí a lo lejos. Recuerdo que Carmen llevaba puesto su chubasquero amarillo, y que no dejaba de reírse por algún chiste malo que yo le había contado antes de salir. El viento revolvía ese pelo rojo precioso que tenía. Saltamos de la barca y nos sentamos en la roca; me acuerdo de lo fría que estaba, y de aquella humedad que se te metía hasta lo más hondo. No llovía, pero el cielo era gris y el mar lucía a juego. Yo sólo tenía ojos para ella. La abracé y nos quedamos allí, en el horizonte, hasta que el viento del Este trajo la lluvia y el sol se fue a acostar. Carmen aún tenía una sonrisa pintada en la cara.