Los árboles, doradas figuras altivas alzándose hacia el cielo limpio y claro, dotaban al paisaje de un cierto aire de cuento de hadas... Allá arriba los montes, verdes, impasibles y tranquilos, permanecían en silencio mientras el viento susurraba a solas, levantando sin piedad espirales de hojas brillantes y huecas, que crujen y caen al suelo envueltas en una luz leve, filtrada entre las ramas protectoras. El otoño se arrastra con deliberada lentitud por cada roca y cada arroyo, extendiendo sus rojos lazos por los bosques que habitan en las laderas. Dos buitres gravitan junto al sol, observando, como viejos dioses de un pueblo muerto, siempre a la espera... Y un caballo trota con energía sobre un campo rutilante, acariciado por el beso delicado de la mañana...
En días así, merece la pena estar vivo.
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