"Seamos realistas; pidamos lo imposible"
Che Guevara

lunes, 2 de marzo de 2009

!?

Sucedió una mañana cualquiera de 1943 en que el señor Spitch había salido a pasear, como siempre. Se colocó el sombrero ligeramente ladeado sobre la cabeza, tal como gustaba, y cogiendo el bastón por un punto cercano al engaste, se puso a caminar con brío. Realmente no necesitaba el apoyo, pero le gustaba el aspecto que con él adquiría. Como cada mañana, tardó exactamente once minutos y unos veinte segundos en llegar a la terraza del café. Se sentó en la mesa de costumbre, junto a la calzada, y el camarero acudió con el té con leche habitual. Un "buenos días" y una cordial sonrisa sin mayor signiFicado, y luego la agradable sensación del humeante líquido descendiendo por la garganta y acomodándose en el fondo del estómago. Nueve minutos más y una fugaz ojeada al periódico matutino, y tras esto una tonificante caminata avenida abajo, entre la luz creciente que se filtraba desde más allá de los árboles y la humedad de la lluvia de la noche pasada en la acera. El señor Spitch se sentía realmente bien, satisfecho y relajado. Londres se veía hermosa, y los rumores de guerra quedaban lejos. Acaso alguna ausencia,algún retraso en las tiendas, en las tiendas. Nada grave. Nada grave, no. Las bocinas sonaron, y la gente corrió presurosa, pero el señor Spitch no se inmutó. Seguramente no ocurriría nada, como siempre. El motor de los Panzers rugió en lo alto, pero el señor Spitch tarareaba una canción, y no quiso escuchar. Apenás sintió nada cuando una bomba estalló junto a él, y luego su cuerpo carbonizado cayó al suelo a tres metros de distancia, inerte, como un juguete roto. Apenas nada.

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